En los últimos cuatro años, Poza Rica ha transitado peligrosamente de ser una ciudad con problemas de seguridad a convertirse en un auténtico campo de guerra no declarado, donde los delincuentes operan con una impunidad que espanta, y los tres niveles de gobierno apenas y hacen el intento por simular que están trabajando.
Lo ocurrido la noche del lunes es apenas una muestra más del nivel de descomposición que sufre la zona norte de Veracruz. Dos meseros fueron asesinados a sangre fría y un gerente resultó gravemente herido, todo esto en pleno corazón comercial de la ciudad, sobre la transitada avenida 20 de Noviembre, justo en un horario con alta afluencia de personas.
El ataque fue perpetrado por un comando armado que, como ya es costumbre, escapó sin que ninguna corporación policiaca lograra detener a alguien.
Mientras la población vive con miedo y resignación, los cuerpos de seguridad no solo no actúan, sino que ya parecen resignados a servir de espectadores ante la violencia que se multiplica a diario.
Pero la violencia no es exclusiva de Poza Rica. Esa misma noche, en el municipio de Álamo, un elemento de la oficina del Transporte Público fue asesinado dentro de un antro. La respuesta oficial no se hizo esperar como siempre: tarde y mal. Este martes fue enviado el secretario de Gobierno, Ricardo Ahued, a encabezar una nueva “reunión de seguridad”. Sí, como usted lo está leyendo, una más.
Porque si algo sobra en esta región son reuniones de seguridad que terminan en declaraciones huecas, fotos con caras serias y giras relámpago que parecen más turísticas que operativas. Nada cambia, nadie es detenido. Ninguna estrategia funciona y la gente sigue muriendo, mientras los funcionarios regresan cómodamente a la capital del estado.
Hoy Poza Rica y la zona norte son un polvorín, pero también —y hay que decirlo con claridad— son el botín perfecto de los grupos delincuenciales que han encontrado en la impunidad su mejor aliado.
Lo más grave no es que la autoridad no pueda, sino que no quiere. Porque no hay peor forma de violencia que la institucional, esa que permite que todo arda mientras se siguen repartiendo culpas y simulando gobernabilidad.