CIUDAD DE MÉXICO.- Nada de músicos estáticos ni cables por toda la tarima; nada de pantallas con imágenes ni atriles con micrófonos al frente. Un show distinto, en el que prevaleció la sobriedad de un escenario y destacó el movimiento de personas y una perfecta combinación de sonidos. Así se imponía David Byrne, el exlíder de la ochentera banda Talking Heads, ante el público chilango.
Eran las 21:30 horas del martes cuando el escocés —nacionalizado estadunidense— apareció en el escenario del Teatro Metropólitan. Sentado en una simple silla, frente a un piano y con un sólo reflector sobre él, daba un tranquilo inicio a Here, tema de su más reciente disco American Utopia.
El grito del público fue breve mientras a espaldas del músico se levantaban cortinas de luces blancas. Poco tiempo paso para que David se pusiera de pie y recorriera el escenario con un cerebro sintético entre sus manos, el cual, conforme avanzó el concierto, sustituyó por guitarras.
Entonces, uno a uno empezaron a salir los músicos que lo acompañan en esta gira, también llamada American Utopia.
Entre las butacas se respiraba un ambiente cálido y relajado. Para unos, ese hombre, descalzo y vestido con un traje, significaba recuerdos de adolescencia; para otros, la figura de un rockstar de los 80 que habían recibido por herencia de padres, amigos o, simplemente, por la magia de internet, la radio o cualquier otro medio.
El escenario se inundó de nueve músicos, dos coristas —que a su vez ejecutaban simpáticas coreografías— y un montón de instrumentos, entre cuerdas, metales y percusiones. Todos inalámbricos, lo que permitió la libertad de movimientos.
Ni 20 minutos bastaron para que empezaran a sonar las canciones de su exbanda Talking Heads. Se notó que era eso lo que esperaba la gente, pues I zimbra, Slippery People y I Should Watch TV (ésta de David Byrne & St. Vincent) recibieron aplausos fuertes.
“Gracias, es grandioso estar aquí, de vuelta en México”, decía el emblemático hombre, cuyo rostro revela cada vez más su apego al bisturí.
Continuaban, entre luces rojas, los temas Dog’s Mind y Everybody’s Coming to My House, también de su proyecto solista.
Byrne, quien además es amante de las bicicletas y las letras, sabía perfectamente lo que su público quería escuchar: más de aquella banda emblemática del postpunk, así que su setlist se inclinó a ello.
Once in a Lifetime, Born Under Punches (The Heat Goes On), Blind, The Great Curvey, por supuesto, Burning Down The House, mantuvieron al público de pie y bailando “como en los viejos tiempos”, decía un músico canoso tras besar a su esposa.
Aunque en su repertorio hubo canciones de su proyecto solista —incluyendo las del disco Love this Giant, que grabó en colaboración con St. Vincent—, un par de covers y una buena selección de los hits de Talking Heads, Byrne quedó en deuda con sus fans capitalinos, porque nunca sonó Psycho Killer.