Casi tres décadas tuvieron que pasar para que la novena angelina volviera a un “Clásico de Otoño” en busca de su séptimo anillo de campeón. Este sábado conocerán a su rival, Yanquis de Nueva York o Astros de Houston.
Si los neoyorquinos son capaces de imponerse en el séptimo juego a los texanos y avanzar a la Serie Mundial 2017, la número 41 de su historia, el duelo frente a los angelinos será para muchos un auténtico clavado al baúl de los recuerdos.
En mi caso, será un viaje a los últimos años de infancia, cuando el béisbol no era la pasión de mi vida, debo confesar, como tampoco lo ha sido después. Nunca he estado demasiado pendiente de las Grandes Ligas, excepto cuando llega el mes de octubre. Ahí sí que soy capaz de apoltronarme las horas que sean necesarias frente a la televisión.
Mi relación con el “rey de los deportes” es un tanto sui géneris, ya que no inició como una opción deportiva o lúcida, sino laboral. En los primeros años de mi andar por el periodismo deportivo me tocó cubrir encuentros de las ligas amateurs.
Y fue en los diamantes de tierra donde peloteros llaneros me enseñaron, haciendo gala de extraordinaria paciencia, desde la anotación en el boxscore, hasta las reglas más complejas. Algo que aún sigo sin entender del todo, aquí ofrezco disculpas a mis generosos tutores.
Sin embargo, aprendí lo suficiente como para saber que los tres jugadores del fondo,outfilders o jardineros, no están relegados y no se aburren como camellos hasta que una pelota cae cerca de la barda.
Entiendo lo suficiente como para emocionarme con los Playoffs. Los Juegos de Comodín, Series Divisionales, Series de Campeonato y la Serie Mundial son los encuentros a los que presto mayor atención, no así a los 162 partidos del calendario regular. Soy aficionado, no fanático.
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