La explosión de una pipa de gas en Iztapalapa, con 13 muertos confirmados y casi un centenar de heridos, no es un accidente: es la consecuencia de años de negligencia, de controles laxos y de un gobierno que prefiere la coartada fácil, antes que asumir su fracaso.
Decir que todo se debió al exceso de velocidad es un insulto a la inteligencia pública. La tragedia no la provocó únicamente un chofer con prisa: la provocó un sistema donde las pipas circulan con mantenimiento deficiente, casquetes y válvulas sin inspección real, permisos dudosos y seguros a medias; la provocó una autoridad que se limita a levantar actas y a dar ruedas de prensa después del desastre.
No es la primera vez: el hospital de Cuajimalpa en 2015, Tlahuelilpan en 2019, múltiples fugas y explosiones en distintas carreteras del país. Los patrones se repiten: empresas que operan como quieren y gobiernos que miran hacia otro lado.
Hoy Iztapalapa pone el cuerpo, pero mañana puede ser cualquier otra ciudad. Y aquí la reflexión es inevitable: Poza Rica, una ciudad petrolera donde diariamente circulan pipas de gas y derivados, está igual o más expuesta. ¿Qué pasará cuando una unidad con fallas mecánicas o mal mantenimiento se cruce en una de sus avenidas principales? La catástrofe está latente, pero parece invisible para quienes deberían prevenirla.
La lección es clara: mientras no haya una política seria de mantenimiento obligatorio, rutas seguras y sanciones reales, estas unidades seguirán siendo bombas sobre ruedas. Y las declaraciones oficiales continuarán siendo tan irrisorias como las promesas de “apoyo”, que solo llegan cuando ya hay cadáveres en la morgue.
El Estado mexicano no puede seguir gestionando el dolor en lugar de prevenirlo. La prevención cuesta, sí, pero cuesta menos que los funerales, las camas de hospital y la vida de los inocentes.
Que quede claro: la próxima explosión no será un accidente; será un crimen de Estado cometido por omisión, y sus responsables tendrán nombre y apellido.
Y en medio de la tragedia no podemos olvidar a los héroes silenciosos: Bomberos, Paramédicos, Policías y Hospitales que recibieron a los heridos y, sobre todo, la gente común que corrió a ayudar sin pensarlo. Entre ellos, la historia de la “abuelita heroína”, que entregó su vida para salvar a su nieta y que hoy descansa en paz, misma que quedará como un recordatorio de que el verdadero valor está en la gente, no en los discursos oficiales.
Nos leemos el próximo lunes.
@llamada de emergencia






