Coatzintla, Ver.- Debido a la crisis que agobia a los productores de ganado, la cual se recrudece cada vez más, muchos de ellos se ven obligados a engordar sus animales con la sustancia conocida como clembuterol, medicamento anabolizante que se utiliza para aumentar el peso o la masa muscular de un organismo, lo que, aunque les compensa en ganancias, pone en riesgo la salud del público consumidor.
Así lo dio a conocer Eduardo Ortiz Cárdenas, ex presidente del Comisariado del Ejido Coatzintla, quien, tras lamentar tal situación, detalló que quienes incurren en esta irregularidad, son quienes tienen carnicería por lo que realizan un negocio redondo.
Asimismo, reconoció que, en el municipio, no existe ninguna forma, reglamento o autoridad que proceda a detener estas prácticas, ya que, para colmo, no hay rastro municipal y eso, da pie a que muchas personas produzcan su ganado, los sacrifiquen y lo distribuyan a su libre albedrío en los comercios locales y de la región, a pesar de que esos productos contaminados son dañinos para la salud del ser humano.
Además, ni la Jurisdicción Sanitaria o COFEPRIS, realizan supervisiones.
Explicó que, se tiene conocimiento de que la mayoría que incurre en esto, es porque la ganadería está en su peor crisis, primero por la caída de los precios, luego, por la falta de apoyos para este sector y para colmo, los ladrones de ganado siguen haciendo de las suyas sin que, hasta el momento, alguna autoridad haya realizado o dado un «golpe» a estos delincuentes.
La producción de ganado que Coatzintla exporta es mínima, ya que aquí se logran de la raza cebú, cebú brahaman, beff master, charolae y algunos de la raza santa gertrudis.
En cuanto al robo de ganado, Ortiz Cárdenas reveló que, el caso más reciente, fue el robo en el rancho de la señora María del Carmen Manzur, ubicado en la comunidad de Troncones y Potrerillos, donde le fueron robadas dos novillonas.
Otro caso, el que afectó al productor Daniel Caballero Ortiz, también en las cercanías de esa misma localidad, a quien le robaron una vaca y un becerro.
Por Roberto Aguilar Tolentino
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