El presidente municipal de Chilpancingo, Guerrero, Alejandro Arcos Catalán, se subió a la pequeña camioneta blanca, llena de víveres, para dirigirse a Tepechicotlan. Él manejaba, y de copiloto iba su eterna compañera de mil batallas, Sandy, su esposa. Atrás estaban los dos escoltas asignados. Su equipo de trabajo se había adelantado a la comunidad; como de costumbre, él llegaría poco después. NO LLEGÓ.
El presidente Arcos Catalán fue interceptado por personas fuertemente armadas; «lo atraparon». Al ver esto, el impulso de supervivencia hizo que la copiloto saltara del asiento y huyera. Los escoltas, al verse superados, no supieron qué hacer; en su mente había una lucha entre el cumplimiento de su deber y el deseo válido de regresar a su hogar.
EL PRESIDENTE entendió la situación y, en un acto valiente y de hombre bien nacido, dijo: «No hay necesidad, déjenlos ir; iré voluntariamente». Los dejaron ir y no persiguieron a la madre de su hijo. El final despiadado todos lo sabemos, lo vimos, lo sentimos.
No, señor secretario Omar García Harfuch, no iba a una reunión pactada. No ensucie su memoria, no sea irresponsable, seco y deshumanizado. ¡No opte por enlodar la memoria de un buen hombre que murió como vivió… luchando por la paz!