Testimonio de una maestra, víctima de la invasión de Putin a Ucrania
Enrique Fernández Ramírez
El pasado domingo 22 de mayo, un grupo de compañeros estuvimos en una conferencia vía zoom, con Svetleana Vladimirovna, una refugiada ucraniana, madre de cuatro hijos y maestra de jardín de niños.
El propósito era tener información de primera mano sobre la invasión de Vladimir Putin a la república de Ucrania, a través del testimonio de una de las víctimas de esa confrontación bélica. La misma Svetleana señala que a tres meses de iniciada la invasión a su país, circulan en los medios muchas noticias falsas cuya finalidad es justificar la guerra e invasión a Ucrania.
Con tristeza, recuerda que antes de la guerra, Ucrania era un territorio tranquilo y pacífico en el que no había discriminación. Ella siendo de origen ruso obtuvo la nacionalidad ucraniana sin ningún problema. Nadie la obligó a hablar el idioma ucraniano ni le impidió hablar ruso, comenta.
Sobre su país, refiere que tiene muchas riquezas y potencial agrícola y minero. Lo que considera como una de las razones de la invasión.
Sin embargo, lo que le parece más importante es que en este país han conquistado muchos derechos fundamentales. En contraste, en Rusia no existen esos derechos. Afirma que Putin es un dictador, no permite que Rusia piense diferente, y no quiere que cunda el ejemplo de las conquistas logradas en Ucrania. Aquí se pueden realizar marchas y huelgas, dice; en Rusia esto no es posible.
“En Ucrania, pudimos mediante la movilización, sacar un gobierno que quería un régimen autoritario y no cumplirle a los trabajadores. Y Putin no puede soportar ni tolerar un vecino como el pueblo ucraniano. Esto lo llevó a destruir a Ucrania, un pueblo que lucha por su soberanía, por lo que, representa una amenaza para su gobierno.”
El ejército ruso, en lo que ha llamado operación especial militar, ha efectuado asesinatos en masa, se dedica a saquear cosechas de trigo, lo que constituye un botín de guerra. Quiere matar por hambre al pueblo, pero esta situación también afecta a Medio Oriente y África como daños colaterales.
En cuanto al flujo de refugiados, señala que se ha generado una gran crisis humanitaria. Comenta que nadie abandona su casa por nada, pero cuando hay un ataque feroz, no queda otra vía.
A pesar de todo, asegura que no van a rendirse. Ucrania es un pueblo de lucha y quieren triunfar en esta guerra. Pide el apoyo solidario de los pueblos del mundo. Porque el apoyo que les ha llegado apenas son “gotitas de calmantes” para un gran dolor.
Con el llanto contenido en sollozos, exclama “Quiero gritar al mundo esta realidad. Estos son los hechos. No podemos ser indiferentes. Es necesario, movilizarnos para cambiar esta situación.”
Cómo es posible que en el siglo XXI, un maniático genocida esté destruyendo un pueblo y asesinando a su gente. Esto no puede seguir impune. Solamente si nos unimos podemos parar esta guerra.
La maestra reflexiona que la vida es una sola. Nadie tiene el derecho a impedirla por diferencia de raza, religión o maneras de pensar. Con angustia pide que se difunda este llamado a detener esta guerra, similar a una raíz que se está extendiendo como una mancha que puede llegar a otros territorios.
Preocupada por los niños y la educación, menciona que están pasando una situación crítica. “Venimos de dos años de pandemia, y ahora la guerra”. Esto afectó mucho a los infantes. Hay 1800 instituciones educativas destruidas totalmente y 8 millones de niños sin escuela. Año lectivo no hay. Lo que tratan es de recuperar y no perder los aprendizajes, conectándose por internet, en los pocos lugares donde es posible. Los niños están en refugios, en sótanos o fuera del país,
Entre lágrimas, Svetleana relata que llegaron caminando durante siete horas a la frontera con Polonia. Agradece infinitamente al pueblo polaco su solidaridad.
Relata la situación de las mujeres. En la ciudad, las mujeres que trabajaban en talleres elaborando artículos infantiles, ahora se han organizado para elaborar chalecos antibalas que se necesitan en el campo de batalla. Fabrican botas para los combatientes. Mujeres que trabajaban en los comedores de las escuelas, ahora preparan alimentos para los soldados. Otras llevan las provisiones a donde se desarrollan los combates.
Las escuelas que se han salvado, funcionan como refugios y como hospitales donde se atienden a los heridos. Hay aproximadamente 8 millones de refugiados internos.
Hay gran cantidad de niños huérfanos. Muchos son llevados a campos de concentración rusos para reeducarlos. Los invasores consideran que los niños ucranianos están “infectados de nuevas ideas” que es necesario erradicar.
Lo peor y más aberrante es que a varios infantes les cambian sus documentos y su identidad para entregarlos al cuidado de familias rusas. Difícilmente se sabrá ya nada más de estos niños.
Comparte la experiencia de que un refugiado no se va con todas sus cosas. Solo se lleva una pequeña bolsa y tiene que caminar muchas horas. Vive una situación de penuria. Lo prioritario es alimentarse, en segundo lugar vestirse, y sobrevivir el momento. No se puede regresar al hogar porque la casa está destruida.
La situación es crítica e insoportable. La guerra está destruyendo el campo. En los territorios ocupados, todo se lo están robando, están arrasando con las cosechas.
En las ciudades hay problemas con la escases de alimentos. Las reservas se están agotando, quedan principalmente las conservas, que en determinado momento se van a agotar. Este desabasto se agudiza con los caminos obstruidos por la guerra.
En tanto que la ayuda humanitaria llega de manera desigual. Llega en más cantidad en el oeste del país y en la capital, pero en el sudeste llega muy poco. Además de que los víveres tardan alrededor de veinte días en llegar.
Cuando se le pregunta sobre la organización y participación de los jubilados, a Svetleana nuevamente le brotan las lágrimas, y esta vez rompe en llanto y se retira de la cámara. Ya calmada regresa y comparte: “Si pensamos en una organización de jubilados que realicen acciones o actividades diversas, en Ucrania eso no existe.”
Los jubilados en su país, explica, son personas que están en condiciones físicas deplorables. No están en posibilidades de participar en ninguna actividad de apoyo, a menos que sea rezar, porque no pueden hacer nada. Prácticamente están postrados y solo esperan la muerte. Esto conmueve sobremanera a la educadora, hasta el punto del llanto incontrolable.
Reflexiona que en las pláticas que ha tenido con los trabajadores de diversas partes del mundo, se ha encontrado que ha estado hablando con gente que también tiene una montaña de problemas. Exhorta a que tenemos que unirnos para enfrentarlos de manera conjunta.
Con lágrimas en los ojos, la maestra ucraniana concluye “Entendí que ayudando a parar este genocidio también se ayudan a sí mismos, porque si este modelo se extiende a otros lugares ¿Cuál va ser el futuro?”
De esta manera, cruda, desgarradora y preocupante, finaliza la conferencia con Svtleana Vladimirovna. Su exposición aclara dudas, genera opiniones y abre muchas interrogantes. Pero lo más importante es que debe movernos a la solidaridad.
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