El suicidio en el México prehispánico

Puede sonar como un calvario, pero el suicidio es la manera que encuentra la agonía para manifestarse al final de la vida de alguien que ya no la desea más. En la actualidad, el mundo no teme considerar el suicidio como un grave error que carga con una connotación moral negativa, relacionada con un acto de cobardía, y desde la religión católica, considerado como un pecado.

Sin embargo, si se retoma la historia desde tiempos prehispánicos, la sociedad contemporánea podría darse cuenta de la inversión de los roles de tal acto. Mucho antes de la caída de Tenochtitlan, el suicidio era considerado un autosacrificio y tenía mucho más valor del que se la ha otorgado. Tan es así que era de personas sumamente valientes quitarse la vida para dársela en sacrificio a sus deidades. A esta inusual práctica se le denominaba Nenamictiliztli. El suicidio no era más que la forma de imitar a sus dioses, ya que según sus creencias no había mejor manera de honrarlos que haciendo los mismos sacrificios y pruebas que ellos enfrentaron para poder conformar al mundo, empezando por la creación del Sol y la Luna que no es más que el autosacrificio de Nanahuatzin y Tecuciztécatl, quienes se lanzaron al fuego de una hoguera sagrada para conseguir que el Universo se activara y, por lo consiguiente, lograra girar dando inicio a la vida.

Entonces, el sacrificio por voluntad y hecho por el individuo mismo podría entenderse como una forma de preservar la propia existencia. Resultaba mucho más significativo lanzarse a la incertidumbre de la muerte por cuenta propia que ser castigado por los dioses, vendido o castigado por la ley, ni qué decir de acabar como prisionero en las guerras.

El tributo no era precisamente el más honorable para las deidades, puesto que sufrían demasiado y no estaban ni conscientes ni satisfechos con ello. Entregarse a los dioses por voluntad propia era mucho más venerable y audaz.

El ahorcamiento: la manera más digna del autosacrificio Se piensa que cada muerto iba directo a un lugar distinto según su condición, por ejemplo, los que morían en la guerra o las mujeres que daban a luz y no sobrevivían (Cihuateteo para los mexicas) se dirigían a la Casa del Sol. Los que dejaban el mundo terrenal de manera natural, iban directamente al Mictlán; los ahogados llegaban a Tlalocan y aquellos que se suicidaban en nombre de las deidades se iban directamente a Cincalco o la Casa del Maíz.

Sin embargo, para entrar sin ninguna complicación a dicho espacio, el suicidio debía realizarse de una manera muy específica: ahorcado. Si bien otras formas de autosacrificarse eran bien vistas, la más venerada y aplaudida era el ahorcamiento, quizá por emular a la Diosa Ixtab, misma que habitaba en Cincalco y esperaba con gratitud a todo aquel que muriera en su honor por el gusto de entregarse a ella o por «el favor» que la Diosa había convertido en realidad.